Experiencia que rompió mi lógica
- Las Oblatas
- 31 ago
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Un año más, durante el mes de julio, tres hermanas junto con algunos jóvenes viajaron a Cajamarca, Perú, para realizar la experiencia misionera que iniciamos en el año 205. A continuación, compartimos el testimonio de Rosario, una laica oblata de Argentina, que también participó en esta experiencia.

Compartir lo que se vive en una misión no es tarea sencilla. Son experiencias que rompen con toda lógica, momentos que se guardan en los silencios, en las miradas y en los abrazos, y que resultan difíciles de transmitir con la misma intensidad con la que se vivieron. A veces, solo quienes estuvimos allí sabemos el peso y la ternura de cada instante, y lo llevamos en el corazón como un tesoro.
Escribir sobre esto requiere detenerse, reflexionar y animarse a expresar cómo la propia vida se transformó en el proceso. Por eso, intento ser lo más fiel posible a mis sentimientos y a la realidad compartida durante el mes de julio de 2025, junto a los jóvenes misioneros y a las Misioneras Oblatas de María Inmaculada.

Desde el inicio, incluso antes de contactarme con la hna. Irene, hice lo que siempre hago al tomar una decisión importante: hablar con Dios. Esta misión me confirmó una vez más que creo en un Dios que da sentido a todo lo que sucede en mi vida; un Dios que transforma cada acontecimiento en oportunidad y que me recuerda que no soy fruto de coincidencias, sino de un amor que sostiene mi historia.
Durante todo julio sentí con mayor claridad que mi vida cobra sentido en Él: en la alegría que no nace de mí, sino que me es regalada, en las fuerzas que me sorprenden en medio del cansancio, en la mirada más fresca y sincera hacia los demás. Todo lo bueno que puedo ser conmigo misma y con los otros, sé que viene de Dios.
La misión en Perú fue, para mí, un verdadero acontecimiento de fe. La experiencia llegó al corazón sin pedir permiso —así es como suele actuar Dios— y me encontré con que, a pesar de mis pasos en otras misiones, aún tenía mucho por descubrir, aprender y crecer como misionera, como laica oblata y como amiga de Dios.
La compañía de las hermanas Oblatas fue un regalo de esperanza. Ellas me ayudaron a confirmar mi amor a la Iglesia, no solo como institución, sino como familia que se construye desde lo más pequeño. En la misión se hizo evidente que la mejor manera de anunciar el Evangelio es con la vida misma: equivocándose, acompañando y, sobre todo, amando.
Por supuesto, también atravesé mis dificultades. Llegué con una mirada marcada por mis límites y pobrezas, y no fue fácil reconocerlo. Sin embargo, los momentos de oración y de escucha me permitieron abrazar esa pequeñez a la luz del Evangelio. Agradezco profundamente a la hna. Irene por su cercanía y su papel de “puentecito de Dios”, en los espacios de acompañamiento que tanto bien nos hicieron.

La comunidad de Morán Lirio nos enseñó con su sencillez y generosidad el verdadero sentido de la misión. También fue muy significativa la calidez con la que nos recibieron las hermanas de Bambamarca. Gracias a ellas y a la gente del lugar, descubrimos cómo se construye la Iglesia de Jesús: desde lo cotidiano y lo simple.
Y no puedo dejar de mencionar a María, “la madre del Sol”, quien nos acompañó en cada paso. La sentimos presente en los niños, en los hogares visitados, en los caminos recorridos y en cada gesto de ternura.
Me quedo con la certeza más hermosa de todas: en la misión quien obra no somos nosotros, sino Dios mismo, que se hace cercano en nuestra humanidad. Y es ahí donde la esperanza encuentra su razón de ser: en la certeza de un Dios bueno que camina a nuestro lado.
Rosario Díaz Vásquez
Laica oblata de Argentina
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