Sígueme...
- Las Oblatas

- hace 5 días
- 2 Min. de lectura
Hay momentos en la vida en los que una sola palabra encierra todo lo que esperamos y todo cuanto nuestro corazón desea. “Sígueme” fue la palabra pronunciada por Cristo que llevó a los discípulos a dejarlo todo para caminar tras Él. Un “sígueme” que llenó su existencia, sembró esperanza, abrió nuevos horizontes y orientó para siempre su misión.

Desde entonces, nada volvió a ser igual. “Sígueme” es reconocer la voz del Señor que, como en aquel diálogo con Pedro, nos pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Apacienta mis ovejas.» Y ante esta pregunta — ¿me amas?— solo cabe responder desde lo más profundo del corazón: «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero».
Este “Sígueme” lleva implícito el mandato de apacentar el rebaño del Señor. Justo después de pronunciarlo, Cristo anunció a Pedro su martirio. Responder a esta llamada implica dar la vida sin medida ni cálculo; abrazar el plan de Dios y remar mar adentro con la confianza puesta únicamente en Él.

Hoy recordamos a los mártires oblatos de España, aquel pequeño grupo de hombres que entregaron su vida por amor. También ellos escucharon el “sígueme” de labios del Maestro. Respondieron a su llamada —como expresan nuestras Constituciones— para seguir a Cristo y ser sus cooperadores (cf. C 2). Hicieron de Él su único bien y su mayor tesoro; no temieron perder la vida porque ya la habían ofrecido: su vida era ya oblación.
El testimonio de los mártires nos introduce en el misterio de Cristo. Al ofrecer su vida, nos recuerdan que nuestra ganancia es morir con Él, para con Él resucitar. Participando en el misterio pascual, nos señalan el camino de comunión y de unión con Cristo: el camino que nos permite proclamar que la muerte jamás tendrá la última palabra.
Acogiendo este valioso testimonio, los mártires nos invitan a caminar abrazando la Cruz de Cristo. En nuestro seguimiento atravesamos situaciones que, en ocasiones, se vuelven una carga pesada: nos oprimen el corazón, nos llenan de angustia, de impotencia y de dolor.

A veces sentimos que nada cambia y que el silencio es la única respuesta a nuestras oraciones. Sin embargo, si somos capaces de fijar la mirada en Jesús crucificado, hallaremos luz en medio de la oscuridad y descubriremos que, incluso en esas circunstancias, Dios nos sostiene y nos acompaña. Él siempre camina a nuestro lado hasta el fin de los tiempos, y su Espíritu habita en lo más hondo de nuestro ser.
“Sígueme” nos dice hoy también el Señor a cada uno de nosotros. Sale a nuestro
encuentro, se hace cercano y abraza todo lo que somos. Y así, paso a paso, vamos descubriendo —a veces sostenidos por alguna certeza, otras avanzando a tientas— que seguirle no es otra cosa que abandonarnos con confianza a su amor.

Mari Mar, OMI




Comentarios