El amor no tiene fronteras
- Las Oblatas

- 5 oct
- 4 Min. de lectura
"Olvidarme del concepto de los migrantes para encontrarme con hermanos". Estas palabras nos invitan a mirar más allá y a descubrir en cada migrante el rostro de un hermano que comparte con nosotros sueños, luchas y esperanzas.
Tres de nuestras hermanas tienen el privilegio de realizar su misión acompañando a quienes dejan su tierra en busca de una vida digna. Sus experiencias nos recuerdan que acoger y servir es también un modo concreto de vivir el Evangelio.
Rostros que se vuelven bendición

Uno de los mejores regalos que he recibido fue un pequeño barquito de madera, hecho por los inmigrantes en Tánger. Nos lo entregaron como agradecimiento por nuestro voluntariado durante el verano.
Todavía recuerdo la imagen de la plaza de la catedral, llena de subsaharianos. La policía había hecho una “limpieza” de los barrios porque venía el rey, y todo debía verse “en orden”. En esa estampa de aparente bienestar no había lugar para las llamadas “situaciones irregulares”. Tampoco para los migrantes.
Aquel día no hubo Eucaristía. En la puerta de la catedral, junto al obispo, repartíamos pan. El Señor mismo se hacía pan para los pobres. Mientras tanto, Regis recorría toda la ciudad buscando alojamiento para mujeres embarazadas y niños.
Entre agradecimientos por nuestra ayuda, nos contaban cuántas pateras iban a salir esa noche, sin saber si llegarían a destino. Escuchando sus palabras, comprendí que no estaba delante de una pantalla que puedo apagar en un momento y olvidar. Estaba frente a personas reales, con nombres, historias, sueños y heridas. En mi corazón se grababan sus rostros, sus sonrisas, su coraje y sus pérdidas. A algunos los volví a ver, a otros no. Pero todos dejaron huella. Todos fueron bendición.

Hoy, en esta jornada dedicada a los migrantes y refugiados, quiero dar las gracias. Gracias a vosotros, los migrantes, por mantener vivo mi corazón. Por enseñarme que en la carencia se abre espacio al amor, y que eso es lo más valioso que podemos ofrecernos. Gracias por las risas compartidas al intentar entendernos, por las lágrimas contenidas ante la impotencia y la soledad. Y por la confianza que ponéis en nosotros, los europeos, aunque a veces no la merezcamos.
Esa confianza me recuerda cada día el verdadero desafío: olvidarme del concepto de los migrantes para encontrarme con hermanos.

Paulina OMI
Jesús se hizo pobre con los pobres
“Te hago luz de las naciones para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra.” (Is 49,6) Esta frase ha vuelto a resonar con fuerza en mi vida durante este último año, mientras impartía mi primer curso de integración a diecinueve migrantes que viven en Alemania.

El primer momento en que la recordé fue al recibir de mis alumnos un regalo de cumpleaños: un cuadro hecho por uno de ellos, donde aparecían las banderas de sus países y, en el centro, la de mi tierra natal, Eslovaquia. Me acordé de cómo Jesús se hizo pobre con los pobres.
Así soy yo, siendo profesora de alemán, pero a la vez extranjera como ellos. Esto dificulta, por un lado, enseñar un idioma que no es el mío, y que no siempre es fácil de aprender. Por otro lado, me ayuda a comprender lo que hacen estas personas para aprender un nuevo idioma, que les abre las puertas a una vida más digna en el país de acogida.
El segundo momento fue con uno de los participantes, un refugiado político musulmán que estaba atravesando una etapa difícil. Un fin de semana, al notar su tristeza, le pregunté cómo se sentía. Agradeció mi atención y, con mucha humildad, me pidió que rezara por él. Su petición me conmovió profundamente. En ese instante comprendí que, a través de mi trabajo cotidiano, también puede llegar la Buena Noticia “hasta el confín de la tierra”.
Gracias, Señor, por hacerte presente en medio de nosotros: en el trabajo compartido, en la celebración, en la amistad, en las lágrimas y en las alegrías de cada día.

Melania OMI
Una patria para todos
Solo han pasado cinco meses desde que comencé a trabajar en el centro de asesoramiento para refugiados de Cáritas, en Borken (Alemania). En este tiempo he aprendido muchísimo, y no solo a rellenar los formularios que traen las personas, formularios que, a veces, ni ellas ni yo terminamos de entender.

Me he dado cuenta de lo afortunada que soy por haber crecido y vivido en un país seguro y próspero. Muchas personas no han tenido esta suerte y ahora luchan por salir adelante en un país que no es el suyo, cuya lengua y costumbres a menudo no entienden y que, en ocasiones, tampoco les recibe con los brazos abiertos.
Hay momentos en los que no sé muy bien qué hacer, cuando atiendo a las personas migrantes, a las que no les queda ninguna posibilidad legal de quedarse en Alemania y tienen que volver a su país. Es duro. Solo me queda la oración y confiarles a Aquel que nos da una patria a todos.
En este trabajo, muchas veces, después de recibir la visita de alguien en el despacho o de enviar un correo electrónico, rezo un momento a la Virgen. Tengo una pequeña imagen de la Virgen de Pekín en mi escritorio. Ella puede seguir acompañando a estas personas, pase lo que pase.

Lisa OMI




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