Hace unos días el jesuita José Mª Rodríguez Olaizola ofreció un retiro de Adviento en el que nos presentaba a María como espejo de nuestra esperanza. En su reflexión, nos ofrecía diferentes personajes del Evangelio en los que quizás nos podíamos reconocer. Decía que de todos los espejos evangélicos en los que nos podemos mirar, hay dos que son los más plenos, uno de ellos es Jesús y el otro es María. María es un espejo que puede ser más cercano a nosotros, porque en ella comprendemos mejor la fragilidad humana pero también la grandeza de la obra de Dios.
Esta imagen de María como espejo de nuestra esperanza me llena de paz y me invita a entrar en este tiempo de adviento desde una luz nueva. María es la mujer sencilla, siempre discreta y cercana, que camina junto a la Iglesia. María es la mujer de la confianza, que dijo si al anuncio del ángel. María es también la mujer de la esperanza, que supo esperar y en las horas más oscuras se mantuvo en pie. María es madre, es el regalo que nos hizo Jesús en la Cruz, recibirla como madre, sentirla así en nuestro camino, es nuestro gozo.
Avanzamos hacia la celebración de la Navidad, y junto a María está José, los veo en camino, con la incertidumbre por el mañana que acompaña siempre a los pobres, pienso en María a punto de dar a luz, lejos de su casa, sin saber dónde va a nacer el niño. Visto desde fuera, podríamos exclamar ¡qué locura! Y sin embargo, en este hecho contemplamos una bella manifestación del amor de Dios y de la confianza de estos pobrecitos en él. Cuando más difíciles se ponen las cosas, cuando más frágiles e indefensos nos sentimos, más presente se hace Dios en nuestras vidas.
Si como decíamos antes, María es el espejo en el que mirarnos, ella nos devuelve la imagen que nos desvela como vivir y amar. Ella nos indica el camino que tenemos que recorrer, que no es otro que el de la docilidad, la sencillez y la humildad, “dócil al Espíritu se consagro como Sierva humilde a la persona y a la obra del Salvador” (Constitución 10). Ella es modelo de nuestra vida consagrada, nos acoge como hijas y nos muestra el camino de la entrega con un amor maternal.
Somos Oblatas de María Inmaculada, y esto nos llena de alegría, porque Ella siempre está presente, camina con nosotras, es nuestra compañera. La llamada a intensificar nuestra intimidad con Cristo la vivimos en unión con María Inmaculada, nadie mejor que ella puede enseñarnos cómo hacerlo. Vivir en unión con María significa entrar en su escuela para vivir como ella:
- es acoger a aquel que es la Palabra para darlo al mundo,
- es saber confiar y esperar,
- es caminar con humildad y sencillez,
- es ser madres, vírgenes y esposas,
- es entrar en la dinámica del don y de la gratuidad,
- es permanecer en las pruebas,
- es mirar la realidad transfigurada,
- es abrirse con docilidad al Espíritu,
- es alegrarse por el hijo hallado,
- es percatarse de la necesidad del otro y ponerse al servicio,
- es hacer memoria agradecida de la acción de Dios,
- es celebrar la vida y extender las manos para volver a empezar.
Marimar Gómez, omi
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