Hace unos días el evangelista San Mateo nos hacía una pregunta: ¿Qué mandamiento es el primero de todos? Jesús respondió “El primero es: Escucha Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor; amarás al Señor, tu Dios, con tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser. El segundo es este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento mayor que estos”.
Me ronda por la cabeza y por el corazón la manera de hacer visible ese AMOR. Dios envió a su Hijo para salvar al mundo, haciéndose hombre desde la humildad, la pobreza y vino sin nada… Hoy en el mundo acontece una realidad destruida, desolada, pobre… debido a la Dana. Son tantas imágenes las que hemos visto en las redes, por televisión, etc.
Devastador, horroroso, triste son las palabras que brotan del corazón. Son imágenes que nos pueden paralizar. Pero no, hay muchas imágenes que se ven. La cantidad de personas que están entregando sus vidas para ayudar al prójimo. De ahí brota el AMOR a esas personas que ni siquiera conocemos, pero necesitan unas manos para achicar el agua, para retirar los vehículos, para limpiar todo del barro acumulado, unas manos generosas económicamente, donde se da lo que cada uno puede. Nace el AMOR y un amor entregado al prójimo.
Tú y yo, ¿qué podemos hacer? Todo lo que hagamos siempre va a ser un bien para el que lo necesita, un bien mayor para ti y para mí, porque cuando das de tu tiempo, de tu vida, el Señor te recompensa cien veces más. Ojalá no tenga que pasar estas catástrofes para seguir entregando la vida por los demás. La humanidad entera siempre está necesitada debido a las guerras, las enfermedades, la soledad y podríamos seguir nombrando.
Jesús lo hace con nosotros todos los días, aunque a veces no lo veamos. Él siempre toca el corazón del hombre y sale a nuestro encuentro para consolar, curar, sanar, devolver la vida, limpiar las lágrimas. ¿Estás dispuesto a limpiar esas lágrimas de aquel que se acerca a ti y que está a tu lado? O incluso vive en la puerta de al lado. Dónde está tu tesoro, allí estará tu corazón y nuestro mayor tesoro es Jesucristo. Caminemos juntos, amando a nuestros hermanos, siendo testigos del Reino del Dios y sembrando esperanza en el mundo.
Porque nos amas, tú el pobre.
Porque nos sanas, tú herido de amor.
Porque nos iluminas, aún oculto,
cuando la misericordia enciende el mundo.
Porque nos guías, siempre delante,
siempre esperando.
Porque nos miras desde la congoja
y nos sonríes desde la inocencia.
Porque nos ruegas desde la angustia
de tus hijos golpeados,
nos abrazas en el abrazo que damos
y en la vida que compartimos.
Porque me perdonas más que yo mismo,
porque me llamas, con grito y susurro
y me envías, nunca solo.
Porque confías en mí,
tú que conoces mi debilidad.
Porque me colmas y me inquietas.
Porque me abres los ojos
y en mi horizonte pones tu evangelio.
Porque cuando entras en ella, mi vida
es plena.
Vito OMI
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