A veces, en la vida cotidiana, pasan situaciones muy simples que nos dejan una huella muy profunda en nuestro corazón. Una de estas situaciones ocurrió en uno de los barrios de Madrid. Entrando a alguna de las plazas podemos tener la sensación, como si a través de una máquina, nos trasladáramos a otro lugar y enseguida nos encontramos en otro mundo. Allí, nos encontramos con drogadictos, personas sin techo, inmigrantes de África y de otros países de mundo. Vinieron aquí para buscar una vida mejor, para cumplir sus sueños.
Ese día memorable que indique al inicio, uno de los inmigrantes trajo un pequeño tupper de comida. Lo dejó en el suelo y al poco tiempo, podías observar unas diez personas – que se reúnen alrededor de ese pequeño tupper. En sus rostros podías observar la felicidad, la sonrisa. Podías ver la fraternidad entre ellos – por lo menos en ese momento no había ningunas divisiones. Ha sido un momento sagrado, un momento de Pentecostés.
“¿Quieres? Podemos compartir. Hay para todos.”
Al momento podíamos escuchar las palabras que nos dirigían a nosotros: “¿Queréis? Podemos compartir. Hay para todos”. Ellos – los “pobres¨ - tenían una riqueza que a menudo no tenemos nosotros – la riqueza de compartir - y no sólo la comida o lo material, sino de compartir algo más importante, más grande – una parte de ellos mismos, de salir de sus propias necesidades hacia el otro, de dar esperanza y de mostrar una luz a los demás, de disfrutar de lo que tienen y de construir fraternidad.
El proyecto “Educadores de calle” en el que participamos las Oblatas, es diferente a muchos proyectos de caridad que hoy en día podemos encontrar. Con un grupo de voluntarios nos encontramos todas las semanas para estar con “los más pobres” y los “más abandonados”. No les ofrecemos comida, dinero, ni solución a sus problemas. Salimos para estar con ellos, escucharles, acompañarles. A menudo nos damos cuenta de que los pobres somos nosotros y que recibimos mucho más que podemos dar. Ellos son los que nos enriquecen, los que comparten, y este compartir crea espacio de encuentro y de dejarnos evangelizar por ellos.
Como dice una de nuestras Constituciones:
“Trabajando con los pobres y los marginados nos dejaremos evangelizar por ellos, pues a menudo nos hacen escuchar de forma nueva el Evangelio que anunciamos”.
“… nos hacen escuchar de forma nueva el Evangelio que anunciamos”
En esos días hemos vivido un misterio muy especial – el misterio de Pentecostés, del Espíritu Santo, el Espíritu de la escucha del Evangelio. Hay varias maneras de escucharlo, podemos abrir la Biblia, pero también podemos abrir nuestras puertas – tan a menudo cerradas por el miedo - salir al encuentro y escuchar el Evangelio de una manera nueva transmitido por los demás, por los abandonados, por los más pobres; allí donde estoy, con las personas con las que me encuentro y allí donde el Espíritu Santo me envía.
¿Me atrevo?
Jola OMI
Comments