El amor es concreto
- Las Oblatas
- 17 abr
- 3 Min. de lectura
“Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido.” (Jn 13, 3-5)

Jesús vive en la certeza y experiencia de que el Padre está siempre con Él. Vive de su amor, bajo su mirada constante; conoce por quién y para qué ha sido enviado. De ahí brota su libertad para amar, para entregarse, para dar a conocer el Amor que sostiene y mueve su vida. Me encanta esta libertad de Jesús, que se percibe con tanta fuerza a lo largo de todo el Evangelio.
El amor de Dios es concreto: Jesús amó y se entregó. En este Jueves Santo, Jesús se abaja, toca y limpia los pies de sus discípulos —los míos, los tuyos…— y se nos entrega en la Eucaristía. ¡No hay amor más grande! Y a la vez, más sencillo, más cotidiano, tan presente en la pequeñez y fragilidad de un trozo de pan que Él toma y transforma. ¡Y lo hace cada día! Jesús lo hace todo nuevo.

Los discípulos experimentan este amor en su fragilidad, en esos pies sucios y cansados… En las conversaciones que tienen con Él a tiempo y a destiempo, para explicarles lo que acontece; en el ánimo y la paz que infunde sobre ellos ante el miedo a los judíos y la confusión por lo vivido en el Gólgota; en el almuerzo que les prepara con pan y pescado sobre las brasas, después de una larga noche de trabajo. También hoy puedo afirmar que Jesús no deja de amar, y en la fraternidad se hace concreto y palpable su amor: en quien percibe tu frío y te presta una bufanda y un pantalón; en la escucha y acogida paciente y el compartir transparente, capaz de iluminar y orientar; en la mirada compasiva; en la disponibilidad y entrega de quien pinta un cuadro para hacer más acogedora una sala; en unas ricas torrijas españolas, preparadas con cariño y dedicación; en un largo paseo por las calles de Cajamarca.
Hace unos días me encontré con Luisa, una mujer muy mayor que vive a las afueras de Bambamarca. Tenía un tumor en la garganta y le faltaban todos los dientes; descalza y tirada en la tierra al borde del camino, me abrazó intensamente cuando me acerqué junto a ella. Agarró con mucha fuerza la cruz que llevaba al cuello y me repetía al oído, una y otra vez, susurrando: “Dame pan, dame pan, dame pan…” ¡Qué encuentro tan sencillo y tan profundo, tan auténtico! Verdaderamente, Él se hace pobre para enriquecernos con su pobreza. ¡Con qué claridad se hacía presente allí Jesús!, que también me invitaba a extender su cruz, y a través de ella, su esperanza, su consuelo, su ternura, su paciencia, su entrega… ¡su Amor!

Su Amor lo transforma todo, hace nuevas todas las cosas… y nos invita a dar testimonio de Él. A dar gratis lo que gratis hemos recibido. A anunciar con nuestra vida lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos (1 Jn 1).
“Si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis.” (Jn 13, 14-15) Él va por delante e ilumina el camino poco a poco, con suavidad y ternura, nos regala su mirada, para que podamos ser, cada día, más libres para amar.

Laura García
Misionera en Perú
Comments