El sábado 28 de enero, en la parroquia San Diego, hemos celebrado el envío misionero de las hermanas que se van a marchar a Perú, para abrir allí una nueva comunidad. Son las hermanas Teresa de Perú, Asun de España, Kasia de Polonia y Lydia de España. Estaban acompañadas de algunos de sus familiares, de las hermanas del Instituto, del grupo misionero, que había preparado con mucho cariño la celebración, de Alberto OMI, que presidía la celebración, y de las personas más cercanas a nosotras.
Es un momento importante para nuestro pequeño Instituto… ¡dentro de poco, habrá hermanas viviendo a más de 9000 km de distancia de España! Una distancia tan grande me recuerda estas palabras, que les sonara a todos los que se sienten cercanos a nuestro carisma: “Vaya a Marsella. Allí encontrará un obispo, cuya congregación todavía es pequeña; pero él tiene un corazón tan grande como el de san Pablo, grande como el mundo". Son palabras de Mons. Bertaud, obispo de Tulle, a otro obispo de ultramar que buscaba misioneros por Europa, después de encontrarse con San Eugenio.
Con el envío de nuestras hermanas a Peru, nuestro pequeño Instituto se extiende por el mundo y nuestro corazón se ensancha… Por cierto, algo así decían las hermanas que formarán la comunidad de Perú, y que han pasado los últimos meses a prepararse para esta misión: ensanchar el corazón, prepararse a salir, a ir al encuentro de personas diferentes, de otra cultura…
El envío misionero nos recuerda una cosa fundamental para nuestra vida: estamos llamadas y enviadas por Otro. La misión de la Iglesia, y nuestra misión, es una elipse con dos centros: Dios, quien envía, y el mundo, a quien se es enviado. Y nuestra misión está al servicio del encuentro de Dios y del mundo.
Por el envío de nuestras hermanas a Perú, se van tejiendo también vínculos que nos unen a la Iglesia de allá (en particular a la diócesis de Cajamarca donde están enviadas nuestras hermanas), vínculos que ya se ha manifestado en nuestra oración a lo largo de la celebración.
En este día tan importante para nuestro Instituto, damos gracias por la disponibilidad de nuestras hermanas, y pedimos por ellas: “que el Espíritu del Señor esté sobre vosotras, para que, recorriendo los caminos del mundo, podáis anunciar el Evangelio a los pobres y sanar los corazones desgarrados” (bendición final).
Hoy, tres de ellas ya marchan a Perú, para iniciar la misión. Rezad por ellas, para que se dejen guiar por la fuerza del Espíritu Santo y con audacia vayan abriendo nuevos caminos.
Laetitia OMI
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