Un año más nos llena de gozo celebrar como familia oblata la fiesta de San Eugenio de Mazenod: un santo al que imitar, un padre al que amar, un intercesor al que invocar, un maestro al que escuchar.
Al mirar la vida de Eugenio reconocemos en ella la acción del Espíritu Santo que le llevo a amar apasionadamente a Cristo y a ser un incondicional de la Iglesia. Su vida fue oblación y es así como los oblatos y las oblatas concebimos nuestra vida; no puede ser de otra forma, nace de lo más íntimo de nosotros mismos, es nuestra manera de amar y de entregarnos en la misión.
Este mes agradecemos al P. Javier Álvarez (Lolín), Misionero Oblato en Venezuela desde hace 25 años, que comparta con nosotros esta hermosa reflexión sobre nuestra Constitución número 2.
“Esforzándose por reproducirle en la propia vida…” (C 2)
La segunda de nuestras constituciones centra la vida del Oblato/a, como no puede ser de otra manera, en el seguimiento incondicional del Señor Jesús.
La Vida Consagrada Oblata nace de un llamamiento a anunciar el Evangelio desde la radicalidad: “lo dejan todo para seguir a Jesucristo”. Su misión consiste en ser “cooperadores del Salvador” desde la propia vida. Una misión que involucra al Oblato/a en todo su ser, no como un funcionario - dispensador de sacramentos o actividades, sino como cristos vivos, en una disponibilidad de unión a Jesucristo que desarrolle su encarnación histórica en medio del mundo. Por eso la frase que está al centro de la Constitución recoge su mensaje principal: “Esforzándose por reproducirle en la propia vida…”. Este es el fin principal, el sentido de la vida del Oblato/a.
Un itinerario para seguir
De tal manera la misma constitución nos propone un itinerario, válido para toda nuestra vida, para llegar a este fin: Conocer íntimamente a Jesucristo, identificarse con él y dejarle vivir en la propia vida. Son tres momentos de un proceso dinámico, no tanto cronológico, y una tarea inagotable en nuestra limitada existencia.
Conocer íntimamente a Jesucristo pone en juego la mente y la memoria del Oblato/a, intentando penetrar las actitudes y el misterio mismo de Jesus, para asumir su modo de ser. Recuerda la petición que san Ignacio de Loyola señala en sus ejercicios: “pedir conocimiento interno de Cristo para que más le ame y le siga”. Esta tarea necesitará de estudio y oración, de atención y cuidado reverente para poder acoger, evitando toda manipulación, al enviado del Padre. La meta será una intimidad que nos permita intuir su voluntad en las diferentes situaciones, como aquel que conoce los pasos de su amigo antes de verlo.
El siguiente paso será “identificarse con El” que necesita del primero, pero también lo alimenta porque solo se conoce verdaderamente a aquel que pasa por el mismo camino. El discipulado no es un adoctrinamiento, sino que configura al discípulo al modo del Maestro. “Os ha dejado un modelo para que sigáis sus huellas” (1 Pe 2,21). Este paso nos remite al llamamiento de los apóstoles: “para que estuvieran con El” (Mc 3,14) y de los discípulos: “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga” (Mt 16,24). La voluntad del Oblato/a juega aquí un papel predominante, determinando el esfuerzo, precedido y acompañado de la gracia, con su dosis de disciplina, mortificación y ascesis propia de la Vida Religiosa.
El tercer paso nos abre a la contemplación y a la acción del Espíritu Santo, acogido con las mejores disposiciones posibles: “Dejarle vivir en sí mismos”. Los dos pasos anteriores preceden y permiten que se de éste último. La receptividad alcanza un plano místico que hace pasar de la imitación a la experiencia de San Pablo cuando expresaba: “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí” (Ga 2,20) De esta manera podremos ser verdaderamente “Cooperadores del Salvador” con un corazón al estilo del Buen Pastor, no como salteadores o asalariados.
La conclusión del proceso lleva a vivir una Oblación al estilo de Cristo, en obediencia total al Padre hasta poder ofrecer la propia vida en su servicio y sin ningún interés espurio en su labor evangelizadora.
Como colofón a esta Constitución Nº 2, quisiera llamar la atención sobre como toda ella está enmarcada en este sentido de la acción de la Gracia divina, que la precede con la Vocación (“Escogidos para anunciar…”) y termina con la alusión al celo apostólico, característica propia del Oblato/a, que se sostiene por la oblación, pero que a su vez la renueva en la exigencia de la misión. Como dice el papa Francisco, Dios nos precede en la Misión y como dirá la regla 8a:
“Trabajando con los pobres y los marginados nos dejaremos evangelizar por ellos, pues a menudo nos hacen escuchar de forma nueva el Evangelio que anunciamos”.
La presencia de Cristo vivo en sus preferidos transforma y renueva nuestra Oblación.
P. Javier Álvarez OMI
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