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Abrir las puertas a la santidad

“Hay que intentarlo todo para dilatar el reino de Cristo y para llevar a los hombres a sentimientos humanos, luego cristianos, y ayudarles finalmente a hacerse santos”

San Eugenio de Mazenod


Los últimos meses hemos vivido acontecimientos importantes dentro de la familia oblata, uno de ellos fue la presentación del documento “Directrices para la misión con jóvenes”. El Superior General de los Misioneros Oblatos, Chicho, nos decía que este documento

"quiere servir a todos pero sobre todo a los jóvenes para que desarrollemos nuestra identidad como misioneros de los pobres y como miembros de una familia que ha dado tantos santos en la Iglesia. No debe ser un documento muerto, se tiene que hacer carne en la vida de cada uno”

La misión con jóvenes ha ocupado un lugar privilegiado en la misión de los Oblatos desde su fundación en Aix en Provence en 1816. Hoy, 207 años después, la misión con jóvenes sigue siendo una necesidad urgente a la que hay que responder. Todos los que pertenecemos a la familia oblata estamos llamados a trabajar seriamente por ser santos y llevar a otros a descubrir los sentimientos humanos y cristianos para llegar finalmente a la meta de la santidad.

Este mes agradecemos a Juan Bagur, un joven que pertenece al Grupo Misionero de nuestra Congregación, que comparta con todos nosotros esta honda reflexión sobre nuestra Constitución 54 desde su experiencia personal:


Una comunidad que abre

“En algún texto que por desgracia no he vuelto a localizar después del impacto que me causó, Julián Marías escribió algo parecido a que “la vida del hombre se desarrolla entre dos cosas que no elige: una circunstancia que le es impuesta y una vocación que le es propuesta”. Creo que esto refleja muy bien la vida del cristiano, porque en la historia que Dios va haciendo con cada uno, le ha situado en un lugar particular para iniciar su camino hacia él, y le ha enviado personas para ayudarle en cada paso. Y es a lo largo de ese itinerario cuando se descubre la llamada, la “vocación”, porque Dios sale al encuentro de cada peregrino y le llama por su nombre.

Tal y como señala la Constitución 54, es en la comunidad cristiana particular donde se descubre la vocación, que es en primer lugar a la santidad. Pero San Eugenio vio muy certeramente que, como el ser humano es un “alma encarnada”, tiene que alcanzar esta meta desde tres pasos que se retroalimentan: primero ser humano, luego ser cristiano y como culminación de todo, ser santo. En el proceso que espero me lleve a acercarme algún día a esta meta, el encuentro con la familia oblata ha sido determinante. En primer lugar, porque descubrirla fue un regalo de la providencia, que se valió de un amigo y no de mi voluntad. También, porque me ayudó de forma determinante a comprender qué significa eso de ser humano. En concreto, en la misión de Marruecos, donde al evangelizar de una forma diferente a la usual, tomé conciencia de la importancia de lo que nos define a todas las personas, cristianas o musulmanas. Igualmente, la familia oblata me ayuda en los otros escalones, pues en la misión de Perú vi de forma concreta la fe de los cristianos: en este caso, de personas que aman a Dios pero, por vivir bastante aislados en los Andes, pocas veces al año tienen oportunidad de recibir los sacramentos. Por eso lo valoran, mientras yo muchas veces doy por sentado lo que es un regalo que no he elegido: a Dios.


Conociendo mi vocación


En estas misiones he conocido mi vocación a la santidad, esperando que tal vez se concrete en otra vocación más particular, en gran medida porque según dice también la Constitución 54, he sentido la acogida de la familia oblata. Algún santo -creo que San Josemaría- decía que la fe se transmite por envidia, en el sentido de que es ver a otros felices lo que demuestra que la felicidad con mayúsculas existe; y eso siempre he visto con las omi. Gracias a las labores con las que he podido participar he experimentado que puedo ayudar a ser felices a los demás acercándoles a Cristo, y que los talentos que Dios me ha dado son para ayudar a otros a descubrir su camino y acompañarles en él. Siendo cierto que no elegimos circunstancia ni vocación, sí que escogemos cómo actuar ante ellas, como la Virgen María que dijo sí al Señor y cambió para siempre la historia de la humanidad, regalándonos a Jesucristo y abriéndonos las puertas de la santidad.”



Juan Bagur

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