“Cuando Dios confirma a un apóstol, le coloca una cruz en su mano y le dice que vaya y la muestre, predicando. Pero antes la coloca en su corazón, y según qué tan profundamente se marque en el corazón del apóstol, la cruz que lleva en su mano consigue más o menos conquistas.”
P. Louis Soullier OMI
Cuando hace un año leí por primera vez estas palabras del P. Louis Soullier OMI, me tocaron mucho el corazón. Tanto más impresionante fue para mí el pasado 17 de septiembre cuando clausurábamos nuestro año jubilar en Pozuelo y tuve la oportunidad de rezar un buen rato con la cruz de San Eugenio gracias al P. Chicho OMI, que nos acompañaba en nuestra celebración. Quería pedir al Señor su bendición para mi nueva etapa de formación, porque el día siguiente partía para Alemania para comenzar mis dos años de regencia, como último paso antes de hacer la oblación perpetua. Al acabar mi oración, todavía con la cruz en mis manos, miré mi móvil para ver qué hora era y allí me llegó, como cada día, un mensaje de la “Red Mazenodiana”. Era la misma cita del P. Soullier OMI. Era uno de los numerosos momentos en mi vida en los que el Señor me aseguraba tan “sensiblemente” su presencia en mi camino.
¿Cómo veo los 9 años de mi formación como misionera oblata que empezó en febrero del 2015? Tengo que reconocer que al principio me costó pensar que me tendría que ir “formando” toda mi vida. Porque después de la formación inicial, que acaba con los votos perpetuos, venía la formación permanente. Para siempre. En mi vida he experimentado a menudo muchas exigencias hacia mí persona, también tenía una imagen falsa de Dios, como un Dios exigente que me pide cada vez más y más o me pide algo que yo no soy capaz de darle. Por un lado, se me decía que Dios me amaba con todo lo que era y por otro lado, que tenía que ir trabajando muchos aspectos de mi vida para crecer en libertad interior y madurez humana. Y siempre cuando pensaba que ya lo he dado todo, venía otra invitación a ir más allá.
Amor regalado
A pesar de no ser fácil, en la primera etapa del prenoviciado pude comprender que toda mi historia personal era un regalo y que Dios estuvo en cada momento a mi lado y me amaba. A partir de esta acogida de mi vida como un don llegué a ser capaz de entregarla de nuevo a Dios y a los demás. Al recibir la pequeña cruz oblata al comienzo del noviciado, el Señor me dejó saber que Él siempre me ha amado hasta el extremo y quería que tuviera parte con Él en todo. Yo simplemente tenía que decir sí a esta invitación suya. Los votos religiosos de pobreza, castidad y obediencia, y el cuarto voto de perseverancia que profesé en mi primera oblación llegaron a ser para mí el camino para irme asemejando al mismo Señor. Comprendí que Él me llamaba y llama a ser plenamente su discípula, tal como dice nuestra constitución 51: “El objetivo de la formación inicial es asegurar el crecimiento de aquellas que Jesús llama a ser plenamente sus discípulas, para que adquieran la madurez religiosa y sean capaces de asumir la misión oblata”. Me llamaba a estar con Él, junto a las hermanas que llegaron a ser mi nueva familia.
Ser feliz con la cruz
Los años del juniorado han sido este espacio donde el Señor me ha ido enseñando el valor único de su Cruz, de su amor incondicional hacia mí y hacia cada uno de nosotros. Estoy llamada a predicar a los hombres a Cristo, y éste crucificado, a ver el mundo rescatado por su sangre. Y como decía el beato Mario Borzaga, a ser feliz, hasta en este esfuerzo por identificarme con Cristo crucificado.
Cuando un día tenga la dicha de hacer mi oblación perpetua, me colocarán en mis manos la cruz oblata grande, para que luego, siendo enviada al mundo, se la muestre. Pero mientras tanto, Dios la ha ido colocando en mi corazón, porque así puedo ir siendo cada vez más discípula suya, cada vez más semejante a mi Maestro.
Melánia OMI
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