El mes de noviembre viene marcado en el calendario, entre otros acontecimientos, por la celebración de la fiesta de los mártires oblatos, víctimas de la persecución religiosa durante los años de la Guerra Civil Española. Ellos nos enseñan a permanecer firmes en la fe, a poner nuestra mirada en el cielo y en la vida eterna, a ser fuertes por el don del Espíritu que habita en nosotros, a vencer las dificultades que se nos presentan; son para nosotros verdaderos maestros que nos señalan el camino del discipulado. En ellos queda de manifiesto nuestra realidad más profunda y nuestro fin: la vida solo tiene sentido cuando se entrega.
Recordar a los mártires nos revela que ser cristiano es estar dispuesto a correr ciertos riesgos, porque ser fiel a la misión recibida y al mensaje del Evangelio, lleva consigo el dar testimonio de la fe. En este camino no estamos solos, el Señor nos acompaña y nos fortalece con su Espíritu en medio de las dificultades. Cuando aquel 22 de julio de 1936 los milicianos entraron en el escolasticado de Pozuelo, armados con fusiles y revólveres, la joven comunidad fue detenida y los oblatos quedaron presos en su propia casa. Anunciaban ya con su vida el Reino de Dios y como comunidad estaban cumpliendo su misión, la de manifestar que Dios lo era todo para ellos (cf. Constitución11).
La vida de los mártires es como la levadura de la que nos habla Jesús en el Evangelio, al amasarla con la harina fermenta toda la masa (cf. Mt 13, 33). Por eso, cuando decimos en nuestra Constituciones que nos comprometemos a “ser levadura de las Bienaventuranzas en el corazón del mundo” (C11), evocamos que la vida cristiana consiste ante todo en vivir como verdaderos hijos de Dios siendo miembros activos y responsables en la Iglesia por nuestra vocación bautismal.
Los mártires son aquellos que han vivido las bienaventuranzas, ellos han sido llamados dichosos por haber compartido los sufrimientos de Cristo, por hacer de la mansedumbre su camino, por las lágrimas que derramaron, por vivir con autentico desprendimiento, por su unión íntima con Dios, por haber proclamado que la Gracia vale más que la vida, por manifestar que Dios ha sacado fuerza de lo débil, por haber sido instrumentos de la paz… De su fidelidad y amor inquebrantable, nosotros hemos recibido una herencia única, la convicción de que solo el amor puede salvarnos.
Los mártires entregaron su vida solo por amor. «Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos» (Jn 15, 13). Nosotros también estamos llamados a vivir esta misma sobreabundancia de amor, ¿cómo podemos hacerlo? Quizás comenzando por vivir con generosidad y alegría la entrega de cada día, procurando tener una visión de fe sobre los acontecimientos, manteniendo viva la esperanza, sobre todo en las situaciones difíciles y adversas que a veces nos toca vivir en la misión o en la vida comunitaria y confiando en el Señor de todo corazón, como lo hicieron los mártires.
Los mártires murieron perdonando, su humildad nos invita a responder con magnanimidad de corazón ante las contrariedades o persecuciones que nos pueda tocar vivir. Su testimonio nos interpela cuando afloran nuestras impaciencias, nuestras pérdidas de esperanza, nuestras faltas de caridad, nuestros egoísmos, nuestro orgullo…A simple vista podría parecer que el sacrificio de los mártires fue un fracaso, pero Jesús con su muerte y resurrección, ha dado sentido a su martirio haciendo que su vida sea como el grano de trigo que al morir produce un fruto abundante.
Para concluir me gustaría compartir contigo qué lees estas líneas, tres palabras que me acompañan desde hace ya unos años, es un verso del gran poeta latino Virgilio del siglo I a. C de su obra Bucólicas, dice así: “Omnia Vincit Amor” (Todo lo vence el amor). Tres palabras que dichas en el momento actual, tan convulso y desorientado que nos toca vivir, son extraordinarias y nos recuerdan que solo el amor puede transformar la realidad porque el amor todo lo vence, todo lo trasciende, todo lo puede. Hagamos lo que hagamos, digamos lo que digamos, luchemos por lo que luchemos, si no es desde el amor y por amor, de nada sirve. Al final, como decía San Pablo en su primera carta a los Corintios, quedan la fe, la esperanza y el amor, la más grande es el Amor.
Marimar, OMI
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