"Las misiones en Perú han sido todo un regalo. Conozco a las Misioneras Oblatas desde que soy pequeña y me alegra mucho poder haber sido partícipe de las misiones de las que tanto había oído hablar.
Ocho jóvenes, que ahora puedo llamar amigas, fuimos llamadas para anunciar que Jesús ama a cada uno de los niños de Morán Lirio, Morán Pata y Ojos Corral. Todos los habitantes de los pueblos y, en especial los niños, nos recibieron con una gran sonrisa que jamás vamos a olvidar. Los abrazos, las sonrisas y las miradas tan humildes de los niños nos revelaban cada día que lo más importante en la vida es eso mismo, darse a los demás y amar intensamente. Lo más importante no es lo que nos hace creer nuestra sociedad y nuestro entorno. Ninguna cosa material puede compararse a todo lo que hemos vivido con estos niños. Haber enseñado el amor de Jesús y que alrededor de 70 niños, lo hayan podido recibir por primera vez, fue un momento profundamente significativo que quedará grabado en sus corazones, y en los nuestros, para siempre.
Estoy muy agradecida a las Misioneras Oblatas por darnos la oportunidad de servir en esta misión. A todas las personas de Perú que nos trataron y acogieron con una hospitalidad y un cariño que nunca olvidaremos, abriéndonos las puertas de sus hogares y compartiendo con nosotras su cultura, su alegría y su fe. Y, sobre todo, a Dios por guiarnos en cada paso de esta misión, por fortalecer nuestros corazones y por permitirnos ser instrumentos de su amor."
Vicky
"La misión para mí ha sido, es y será una experiencia inolvidable e irrepetible. Es una sensación de felicidad y plenitud que no se compara con todos los lujos que tenemos en la vida diaria. Este testimonio puede ser una manera poderosa de reflejar el impacto personal y comunitario de la misión y podría dividirse en el shock con la realidad del mundo y el encuentro con Dios.
Durante el mes de julio en Perú como misionera he podido vivir una de las mejores experiencias de mi vida, podría definir este tiempo como transformador ya que me ha abierto los ojos a la belleza de la simplicidad y la profundidad del amor y la fe en medio de la adversidad. Al llegar a los pequeños pueblos en la sierra peruana, me encontré con una comunidad que, aunque tenía pocos recursos materiales, poseía una riqueza espiritual y una hospitalidad que me conmovió profundamente.
Uno de los momentos más impactantes para mí fue trabajar con los niños del pueblo de al lado de donde estábamos viviendo. A pesar de las dificultades que enfrentaban diariamente (horas de caminata por la montaña para ir a la escuelita hiciera frio o calor, estuvieran cansados o no, tras ayudar a sus padres en el campo desde bien tempranito…), estos niños tienen una alegría y una esperanza que es contagiosa. Jugar, enseñarles, y compartir historias bíblicas con ellos no solo me permitió dar, sino también recibir; su fe sencilla pero firme me recordó lo importante que es confiar en Dios en todo momento.
Además, los encuentros con las personas locales me mostraron la fuerza de la unidad familiar y comunitaria. Cada día, aprendí algo nuevo de ellos: desde sus costumbres, su manera de trabajar la tierra, hasta su forma de celebrar la vida y la fe. Me enseñaron que la verdadera riqueza no se mide en lo que se posee, sino en las relaciones y en la fe compartida.
La misión no fue solo una oportunidad para servir, sino también para crecer espiritualmente. Pude ver a Dios obrando en maneras que nunca había imaginado y mi fe se fortaleció al ver cómo Él provee y cuida a su pueblo en todas partes del mundo.
Al dejar Perú, me llevé conmigo no solo recuerdos, sino también un corazón renovado, lleno de gratitud por haber sido parte de una comunidad que me enseñó tanto sobre la vida, la fe y el amor incondicional. Gracias a las OMIS y a mis marineras por ir juntas a donde nadie llega a anunciar el Evangelio."
Lucía
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