top of page

Mujer del Adviento

“Ella, mujer del Adviento, la Nueva Tienda del Encuentro”

Hace unos días, cerramos un año litúrgico. Ahora, comenzamos uno nuevo. Sí, la Iglesia nos abre las puertas al Adviento. La Palabra que resonaba al final del año y final del libro del Apocalipsis, nos abre las puertas al nuevo con un grito de sed, con un deseo que se aviva en el corazón en este tiempo: ¡Marana tha!, ¡Ven, Señor Jesús! (cf. Ap. 22, 20). No es casualidad que celebremos la solemnidad de nuestra Madre, la Inmaculada Concepción, mientras caminamos en estas semanas hacia la Navidad, con este deseo del corazón, como sedientos que se unen al “Espíritu y la esposa que dicen: «¡Ven!». Y quien lo oiga, diga: «¡Ven!». Y quien tenga sed, que venga. Y quien quiera, que tome el agua de la vida gratuitamente” (Ap. 22, 17)


               Atraídos por esta voz, ¿deseamos encontrarnos con el Señor que viene? ¿cómo viene? ¿quién nos lo trae?

Una imagen preciosa que aparece en el Antiguo Testamento es la tienda del encuentro.  Yahvé llamó a Moisés de en medio de la nube (cf. Ex 24,16). Y allí recibe el encargo de construir una “tienda del encuentro” en la que Dios quiere encontrarse con todo Israel (cf. Ex 29,43). El amor de Dios por su humanidad le mueve a buscar un espacio concreto en donde puedan vivir una relación de intimidad. Sencillo lugar, precioso símbolo de una promesa todavía no cumplida. Esta promesa se cumplirá cuando aparezca “un cielo nuevo y una nueva tierra”. El último libro del Nuevo Testamento califica de “morada de Dios entre los hombres” (Ap 21,3) esta tierra y cielo nuevos en el que el ser humano encontrará su definitivo descanso.

Sin embargo, en la plenitud de los tiempos ya desciende el que va a habitar en la nueva tienda, quien va a morar entre la humanidad. Jesucristo Salvador desciende y acampa, no sin preparar esta tienda, no sin pedir permiso. Nuestro Dios no avasalla, sino que prepara, anuncia, atrae, dialoga y espera la respuesta para ser acogido. Así es el amor de Dios, delicado y concreto. Prepara una tienda: “Alégrate, llena de Gracia, el Señor está contigo” (Lc. 1, 28). Anuncia una promesa: “Pues el Señor, por su cuenta, os dará un signo. Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel” (Is 7, 14). Atrae con ternura: “Con lazos humanos los atraje, con vínculos de amor” (Os 11, 4). Dialoga cara a cara como un amigo habla con su amigo: “El Señor hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con un amigo” (Ex.33, 11). Y espera la respuesta de un pueblo, de una mujer: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38). Es ella, la nueva “Tienda del Encuentro”, la morada donde habita y se hace carne el Emmanuel, “el Dios con-nosotros”. El amor de Dios se desposa en una carne débil. Es en María, un cuerpo de mujer, preparado desde la Eternidad en quien acampa el esperado de los tiempos. Y por su respuesta libre, genuina, audaz, jamás imaginada de una joven nazarena, se hace posible, lo imposible para la humanidad.


Mirar a María, como este precioso tabernáculo, como la Virgen del Signo, nos adentra en el camino del Adviento, hacia Belén.  Nos llena de esperanza y nos acompaña hacia el Jubileo desde el susurro que le cambió la vida, y la transformó en Madre y esposa: “Alégrate, llena de Gracia”.

Dejarnos acompañar por ella en el hoy de la Iglesia, nos ayuda a descubrir como también desciende a nosotros el mismo Espíritu, sobre pan y vino, como descendió la sombra del Omnipotente sobre el cuerpo de María. Si nos acercamos con ojos limpios y corazón abiertos al misterio de la Eucaristía, vislumbraremos este misterio que desciende entre su pueblo, entra en la tienda y se desposa con su carne, haciéndose carne de su carne, misterio de comunión, de amor que se entrega para recibirse como don nupcial. Y nos uniremos al deseo de toda la Iglesia en su grito del Adviento: ¡Maranatha, ven Señor Jesús!


Contigo, Madre, caminamos como peregrinos de la esperanza,

deseando encontrarnos con tu Hijo en tu tienda,

haznos capaces de conocerle más íntimamente,

de identificarnos con Él, y dejarle vivir en nosotros mismos

(Cf. C.2)



Irene, OMI

69 visualizaciones0 comentarios

Entradas relacionadas

Ver todo

Comments


bottom of page