Todo el bautizado está llamado a ser santo. ¿Deseamos realmente ser santos o más bien preferimos vivir nuestra vida así sin más, porque es lo que nos ha tocado? Porque, para ser santo hace falta vivir con amor y generosidad las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno nos encontramos. Hace falta, como dice papa Francisco en Gaudete et exsultate, “vivir lo ordinario de cada día de manera extraordinaria”, como si aquello que hago en cada momento fuera lo más importante.
Al pensar en la santidad me viene al corazón esta imagen, que también cita papa Francisco: “los santos de la puerta de al lado”. No sé si vosotros, pero yo si qué en mi día a día, en lo más sencillo y cotidiano encuentro algunas personas que viven de esta forma.
Me vienen a la mente, en concreto, dos personas del pueblo donde vivo con mis hermanas. Cada uno de ellos, con su familia, las alegrías y dificultades de cada día, el en momento de la vejez y las limitaciones que esto trae, es para mí un reflejo muy claro es este santo de la puerta de al lado.
Una señora de 87 años y su marido, que esta con la demencia y ya no se acuerda de lo que acaba de comer hace un rato. Allí están los dos, que hasta hace poco venían siempre a Misa. Es impresionante ver el cariño que se tienen mutuamente, después de tantos años juntos. Es un amor paciente y entregado que habla de la sencillez de la vida. Viven solos, pero los dos son tan entrañables y humildes. El hombre, aunque tiene la demencia y se acuerda de muy pocas cosas, no se olvida esta canción a la Virgen María: “Mientras récores la vida”, que entona con tanta fuerza y devoción, al final de la Eucaristía, que impresiona. La mujer camina ya con su bastoncito, junto a su marido, siempre muy atenta para preparar las cosas en la Iglesia. Jamás la escuché quejarse y siempre, siempre te responde con tanto cariño y una sonrisa.
En segundo lugar, un señor, también del pueblo. Nada más mirarle a los ojos ves en él tanta bondad y ternura que trasmite. Siempre atento y dispuesto a ayudar. Jamás te dirá que no a todo lo que le pidas. A lo mejor no son grandes cosas, pero lo que hace, lo hace en silencio y con una entrega generosa desde el corazón y lo más importante, es que ni busca ni espera recompensa. Me recuerda a san Alonso Rodríguez sj, un santo segoviano, que fue el portero de un colegio. En su día a día respondía con generosidad y acogía a todos con un corazón abierto, con estas palabras que tanto repetía: “Ya voy, Señor”. Pues así es, un santo de la puerta de al lado.
A los dos, definen muy bien estas palabras de un poema que encontré:
En esta marcha caminan,
en medio de nosotros,
inadvertidos, discretos,
sin alardes ni estridencias
sal de la tierra y luz del mundo,
quienes hacen
del amor, a tu modo,
su motivo y su destino.
No tengamos miedo de la santidad, no tengamos miedo de desear ser santos, de apuntar más alto, de dejarnos amar y liberar por Dios, porque como decía León Bloy, en la vida “existe una sola tristeza, la de no ser santos”.
Ojalá podamos reconocer a nuestro lado estos santos de la puerta de al lado, y a su vez, ojalá podamos descubrir cuál es esa palabra, ese mensaje de Jesús que Dios quiere decir al mundo con nuestra vida. (cf. Gaudete et exsultate, 24).
Kasia omi
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