… hasta el confín de la tierra. (Hch 1,8)
¿Te han invitado alguna vez a una boda como testigo? ¿O simplemente para asistir a este momento especial de la vida de dos personas que se aman? Aunque no hayas recibido un sitio preferencial situado detrás de los novios, sí que has podido ser también tú el testigo ocular de lo grande que estaba ocurriendo. Y lo que viste, es posible que lo hayas guardado dentro de tu corazón como algo valioso y lo hayas contado a otras personas.
¿Por qué lo menciono?
Acabo de cumplir el primer año de mi estancia en Alemania, el primero de los dos años que comprenden la última etapa, previa a la oblación perpetua en nuestra congregación. En este momento resuena mucho en mí el versículo de los Hechos de los apóstoles donde Jesús Resucitado, antes de ascender al cielo, dice a los apóstoles: “Seréis mis testigos ... hasta el confín de la tierra.” (Hch 1,8) Esta tarea incluye también el anuncio explícito del Evangelio: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación.” (Mc 16,15) Me imaginaba entonces el poder “ir y anunciar”, “trabajar”, “hacer”... Como un verdadero misionero, como un verdadero testigo del Señor, poniendo en juego todas mis fuerzas y capacidades. Por diferentes motivos, sea de salud, sea el tiempo de espera para recibir el permiso para trabajar, no ha llegado a cumplirse este propósito, por lo menos no de gran parte.
Pero hace poco tiempo, al leer una de las numerosas cartas de un amigo mío, en las que me ha ido compartiendo su camino de fe y crecimiento en su amor hacia Dios y hacia los demás, me di cuenta de una cosa: No siempre se trata de ser testigos “activos” que anuncian a los cuatro vientos, estando a menudo ellos mismos en el centro de atención. A veces toca ser el testigo “pasivo”, silencioso, como en la boda, de lo que está pasando. El Señor me ha “quitado de en medio” y me ha dejado ser testigo de lo que iba haciendo, tanto en mí, en mi comunidad, como también en las personas con las que me he ido encontrando, diciéndome: “MIRA, hago nuevas todas las cosas.” (Ap 21,5) Creo que algo parecido experimentaron los hijos de Israel, sobrecogidos de miedo, al salir de Egipto, cuando Moisés les dirigió estas palabras: “No temáis; estad firmes y veréis la victoria que el Señor os va a conceder hoy... El Señor peleará por vosotros; vosotros esperad tranquilos”. (cf. Ex 14,13-14)
He comprendido que no soy yo, sino que es el Señor el que siempre “hace”. Es verdad que a mí me invita a “colaborar”, a “trabajar en su viña”. Pero creo que, en primer lugar, me invita a VER, a MIRAR, a RECONOCER – como testigo – todo lo que Él va haciendo en mi vida, en mis relaciones, en mi comunidad, mi congregación, en las vidas de las personas a las que me envía.
Y así, cuando el Señor me pregunta: ¿Qué quieres que haga por ti?, puedo responderle junto al ciego de Jericó: “Señor, que recobre la vista.” (Lc 18,41) Que sea tu testigo, que sea el testigo de tu obrar en nuestro mundo, sólo entonces podré decir con San Juan: “...lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos acerca del Verbo de la vida... damos testimonio y os lo anunciamos...” (1 Jn 1,1-3)
Melania OMI
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