Hoy en día hay un plan para todo. Nos abruma la cantidad de proyectos para la modernización, sostenibilidad, salud, planes pastorales y personales. Muchos planes y muchos papeles (seguro que esto le suena a más de a uno). La versión moderna te permite además a elegir entre los planes que mejor se adaptan a ti (hay planes Pro, Premium, Basic, Flex, etc.). Parece que cuanto más pueda elegir más libre soy.
Ahora bien, vamos al plan más importante: ¿Tienes un plan para tu vida?
Y no me refiero a la carrera personal, estudios o viajes que vas a realizar en un futuro próximo. La pregunta apunta a algo más profundo: ¿Qué persona quieres llegar a ser y cómo lo vas a realizar? Esto no es algo que se responde rápidamente.
Pues Dios sí tiene un plan para ti. ¿Sorprendido?
En las entradas anteriores hemos hablado de nuestro deseo de ser libres. Hemos visto que una verdadera libertad nos autorrealiza. Nos hemos asomado también a los riesgos que conlleva el ser libre, ya que nos podemos equivocar en nuestras decisiones. Por último, hemos elegido a Cristo para que nos enseñe cómo vivir la libertad de forma adecuada, desde el amor. Con todo esto que ya parece un plan, podríamos ya lanzarnos a la aventura de una vida libre, ¿no? Ganas no faltarán, seguro.
¿Cómo entonces conjugar ahora la libertad que tengo que vivir yo con lo que Dios tiene un plan para mí? Si es el plan de otro, ¿cómo puedo ser libre?
¿Qué se despierta en ti, al escuchar estas palabras?: ¿Sorpresa? ¿Incredulidad? ¿Amenaza? ¿Alivio?
Mucho dependerá de la imagen de Dios que tengas. Realmente sólo si creo que Dios me ama profundamente como a un hijo y quiere el bien para mí, estaré dispuesto a aceptar que el camino de mi vida, no lo trazo yo sólo, sino que hay alguien que me acompaña, guía, sostiene y levanta.
¿Acoges el plan que Cristo propone?
Esto lo entendemos fácilmente desde las relaciones humanas que vivimos a diario.
Escuchamos a las personas que sabemos que nos aman. Aún cuando a veces la verdad es difícil de acoger o no eran nuestros planes, estamos dispuestos a cambiarlos cuando la persona que nos habla es una autoridad para nosotros. Autoridad tiene alguien que nos hace crecer. Por eso vamos tras él y sus palabras. Ésa es la autoridad que ejercía Cristo en aquellos a los que hablaba. Dejaban lo que estaban haciendo, para vivir una vida según les enseñara el Maestro. ¡Y qué vida: llena de riesgos! Algo tendría que haber detrás, si no, es una verdadera locura. Vemos entonces que la autoridad y el plan de Dios no tienen por qué ser aplastantes, pueden ser una invitación. Podemos acogerla o rechazarla.
Puedes pensar: “pues qué bien, ya no tengo que estrujar mi cerebro para saber lo que quiero hacer. Si Dios tiene un plan, que me lo haga saber y si falla, la culpa no es mía”. Te lavarías las manos como Pilato. Hay una cosa importante que recordar: los planes de Dios no fallan, pero nosotros en nuestra condición creatural somos limitados y sí fallamos. Sin embargo, Dios escribe recto con renglones torcidos y eso hace que siempre haya un camino y una perspectiva para nuestra vida.
Dios tiene un plan para nosotros. Se nos presenta como una promesa de plenitud hacia la cual debemos que caminar. No nos exime sin embargo de nuestro esfuerzo, tampoco quita los obstáculos, pero sí nos ayuda a sobrellevarlos.
¿Cómo abordar este plan? ¿Cómo acercarse a él? ¿Cómo acertar?
La actitud adecuada para la búsqueda de respuestas a estas preguntas es el discernimiento. Se trata de aprender a escuchar la voz de Dios en nuestras vidas. Distinguir su susurro, invitación, aprender de sus advertencias, fiarse de su promesa. Es adoptar esta actitud como forma de vida. Es caminar guardando siempre en el corazón la pregunta: ¿Qué haría Jesús?
Un discernimiento precisa de un/a acompañante porque nunca somos lo suficientemente
objetivos para ver bien por nosotros mismos. Necesitamos a otros para que nos escuchen, acojan, pregunten por lo importante y recuerden la Palabra de Dios cuando se nos ha enturbiado. Otros, en los que podamos ver reflejada nuestra vida como en un espejo.
El buscar la voluntad de Dios tiene lugar también en la oración. Un lugar privilegiado donde Él se comunica con nosotros y nos habla al corazón. Habituarnos a leer y meditar la Palabra de Dios que está viva, de forma misteriosa nos conforma con el Maestro, nos transforma. La Iglesia además nos ofrece los sacramentos como fuente de gracia que nos sostiene en este camino. Nos sitúan al lado de otros cristianos que también están en la búsqueda.
Por último, el plan de Dios para nuestras vidas se revela a través de nuestra historia personal y los acontecimientos que vivimos. Nuestro día a día es el escenario donde se revela su presencia, dónde resuena su voz. ¿Reflexionamos sobre los que vivimos? Hay que escuchar también a nuestros afectos. ¿Cómo me he quedado después de lo que ha pasado? ¿Hay paz en mi corazón?
Y no nos olvidemos del tiempo. Sin el tiempo no hay buen discernimiento.
Adivinar los planes de Dios requiere un aprendizaje que pasa por la escucha. Dios quiere llegar a tu corazón y enseñarte a ser verdaderamente libre. Fíate de Él.
“Porque sólo yo sé los planes que tengo para vosotros, oráculo del Señor; planes de prosperidad y no de desgracia, pues os daré un porvenir lleno de esperanza. Entonces, cuando me invoquéis y supliquéis, yo os atenderé; cuando me busquéis, me hallaréis. Si me buscáis de todo corazón, yo me dejaré hallar por vosotros, oráculo del Señor, y cambiaré vuestra suerte”.(Jer 29, 11- 14)
Paulina OMI
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