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¿Cómo responde Dios al mal?

Seguimos nuestro camino queriendo iluminar la cuestión del mal en el mundo. Digo iluminar, porque creo que ya ha quedado claro que sobre esta cuestión algo de interrogante siempre quedará. Pero podemos ampliar nuestra mirada: os invito a cambiar de perspectiva. Esta vez no vamos a partir de lo que podemos saber o experimentar los hombres sobre el mal, sino preguntar honestamente a Dios, como se posiciona El ante el mal. Si le miramos y si consideramos todo lo que conocemos de Él ¿podemos intuir alguna respuesta?


En el evangelio de Juan escuchamos a Jesús decir "quien me ve a mí, ve al Padre" (Jn 14,9). En Jesús vemos el rostro de Dios. En su vida Dios se nos revela. ¿Cómo se posiciona Jesús entonces ante la cuestión del mal?

Siguiendo su vida terrena vemos a un Jesús cercano y presente en la vida de los que sufren: perdona los pecados, cura a los enfermos, revela las injusticas, sacia a los hambrientos e invita a sus discípulos a hacer lo mismo. También vemos que no elimina todo el mal con el que se encuentra sino señala una realidad, al reino de los cielos, que empieza aquí a través de la fe en Dios Padre y las buenas obras, pero que solo llega a su plenitud en la vida eterna. Esta vida confronta y denuncia las dimensiones del hombre que colaboran con el mal, como por ejemplo el afán del poder, la primacía de la ley, pero sobre todo la falta de amor y de misericordia.


Esta misma vida de Jesús le llevará hacia la cruz, que será el culmen de su misión. Por eso es tan importante preguntarnos: ¿Qué es lo que experimenta Jesús allí y que nos revela sobre Dios?


De esta manera, en la muerte en cruz, por medio del Hijo, Dios asume al ser humano en su finitud y en su culpa. Jesús padece ambas hasta la muerte, sufre la consecuencia última de una y de otra. En la cruz hace suyo todo sufrimiento humano y con ella demuestra, que nunca abandonará al hombre. Es más, Cristo asume la cruz para poder superarla. A pesar de la oscuridad, Jesús permanece en obediencia a su Padre y en la fe de que este Dios al que se entrega es el Dios de la vida. Y la historia sigue. La cruz no tiene la última palabra. Al tercer día Jesús resucita y es vencedor de la muerte. Cristo resucitado, además de triunfar él mismo sobre la muerte y el pecado, lleva la creación a la plenitud que Dios tuvo en mente al crear el mundo. Es una plenitud aun mayor que la que tuvo la creación antes del pecado, porque es un mundo redimido por amor. Por eso el cristiano puede contemplar y adorar la cruz, como lo hacemos el viernes Santo, por eso también puede acogerla en diferentes momentos de su vida porque confía en la fuerza salvadora que proviene de ella y se hace partícipe de la vida de Jesús, que resucitó de la muerte.


Me gustaría concluir con unas palabras de Juan Pablo II, que puedan resumir la respuesta de Dios al mal:

“Dios no ha respondido a este interrogante angustiante que surge del escándalo que provoca el mal con una explicación de principios, como queriendo justificarse, sino con el sacrificio de su propio Hijo en la Cruz. En la muerte de Jesús se encuentran el aparente triunfo del mal y la victoria definitiva del bien; el momento más oscuro de la historia y la revelación de la gloria divina”

(Ángelus, domingo 19 de septiembre de 2004)


La cruz en sí misma, con todo su significado, es cuestión suficiente, por eso no quiero hacer muchas preguntas. Solo te quiero invitar a contemplar el mundo y su sufrimiento y especialmente tu mundo y sus sufrimientos desde la experiencia de la cruz. ¿Cambia algo en tu experiencia del mal y del pecado si te sabes acompañado por un Dios que ha estado y está presente hasta el final, que no está ausente sino que camina contigo y es misericordia y promesa de vida?

Katharina OMI

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